jueves, 30 de enero de 2014

Su nombre será lo de menos para recordarla.

La vejez de algunos humanos es tan lamentable y tan increíblemente injusta que me hace llorar... Estaba esperando a ver el carro de mi novia que iba a recogerme al lado del paradero de buses de sao pablo C.C, cuando llega tambaleante una señora de unos casi 80 años, murmurando para sus adentros algo que no era entendible por la distancia y su agotada modulación. Dudó para dónde coger y seguir caminando, mirando para todos lados hasta que paró, paró y cerró sus ojos, balbuceando de nuevo. Yo me inquiete y le dirigí la palabra preguntándole si estaba buscando la entrada al centro comercial, a lo cual ella respondió con un llanto de bebé recién nacido, inocente y real. Aunque de sus cansados ojos a duras penas salían lágrimas desnutridas, todo su rostro me contaba su sufrimiento, mientras me mostraba una enorme chamba llena de pus y sangre seca en su pierna izquierda que nunca supe cómo se la hizo pero era la razón por la que tanto tambaleaba al caminar. Me contó diciéndose a sí misma animal de monte y bruta, que había cometido un grave error, su única hija que está en España, le había enviado un dinero para que se hiciera revisar y curar la herida por un médico, pero cuando se dirigió a Bancolombia de la frontera, la devolvieron, porque había olvidado un papel con el código correspondiente del giro, ese era el error que me dijo en un principio que había cometido, dejar el ficho, como ella lo llamaba. Aunque rogó y se arrodilló frente a la asesora mostrando su cédula y su pierna, suplicando ayuda para no perderla, fríamente la dejaron ahí, hasta que se cansara y decidiera irse. Qué repulsivo me resultó imaginarme la cara de la desgraciada sin corazón que no hizo nada por ayudar a este personaje vulnerable, enfermo, lleno de arrugas, tristezas y tanta desazón a su edad. Nunca le pregunté su nombre, pero tenía cara de Martha, una Marta abrumada. Siguió llorando mientras me contaba esta vez que no tenía como devolverse para su casa, porque como no pudo reclamar el dinero y sólo tenía el pasaje para llegar a la frontera, estaba hasta pensando en tirarse al río, cosa que me impresionó de una manera exorbitante, ¿cómo era posible que una abuelita tuviera una vida tan miserable y solitaria?. Pregunté por su familia y dónde vivía, estaba sola con su tía de 95 años, viviendo en una pieza en una casita pobre de un barrio de Guayabal, no tenía a nadie más acá. Yo ya estaba decidida a ayudarla como pudiera, no tenía plata, estaba igual que ella, pero a mí al menos me iban a recoger, entonces me ofrecí a llevarla hasta la casa, pero me suplicó que no lo hiciera porque no quería que le pasara nada malo a su nuevo ángel, me dijo. Durante toda la historia, fui "hermosa mía y ángelito" y por dentro a mi sólo se me hacían nudos de impotencia, sólo quería ser dueña de alguna de las fortunas más grandes del mundo o ser súper héroe y sin ningún lamento estúpido darle en los años que le quedan, una vida decente a esta mujer vieja, que más bien me parecía una niña perdida en la desesperación de su situación. Llevé a "Martha" hasta la entrada a Guayabal por el puente de la Aguacatala y le di 5 mil pinches pesos para que se fuera de ahí a su casa sana y salva porque no tenía para darle más. No puedo decir cuántas veces me bendijo y agradeció, cuando yo sólo me desvanecía por dentro pensando en cuantas cosas semejantes pasan todos los días y nos hacemos los desentendidos... Cometemos el error de enamorarnos mucho del presente con las dichas que gozamos pero nos olvidamos que algún día seremos ellos, los viejos, y no creo que a ninguno le guste ser ignorado o atropellado cuando su existencia muchas veces, se las hacen sentir como un hijo de puta estorbo, no creo que a ninguno le guste sentir eso con el peso de tantos años en su espalda, yo me pido una hamaca, música, buena compañía y una señal de alegría, una sonrisa, no una Martha marcada por la aureola de la pobreza y el sufrimiento diario esperando que Dios se acuerde de ella para terminar tanto desdén en este mundo. Nunca le pregunté su nombre, pero tenía cara de Martha, una Marta abrumada, abrumada y triste.

  

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